jueves, 26 de junio de 2008

Romualdo "Pinki" Lafoxx, el varón del transformismo


Como cada mañana, Romualdo "Pinki" Lafoxx sale a correr por los jardines de Palermo para mantenerse en forma, y estar física y mentalmente preparado para una nueva jornada de trabajo....trabajo duro si los hay.

Aunque no parezca, la profesión de "acompañante" es un oficio sacrificado.
Hay que visitar el salón de belleza dos veces por semana, masoterapia una vez cada quince días, peluquería y manicuría todos los días.....

Lidiar con el vecino que nos grita "andá a laburar, puto de mierda!!!" cada vez que salimos de casa...lidiar con las risas del de la fiambrería, que no para de codear a su compañero cada vez que pedimos 150 de paleta sanguchera con el jogging amarillo patito y los ruleros puestos....

Nos dice Lafoxx: "Gajes del oficio que le llaman....pero a mí me gusta...qué querés que te diga...gano bien, me llevan a comer a lugares paquetes, viajo en autos importados último modelo, me hacen regalitos (bombones y flores son mis favoritos, aunque un buen perfume me vuelve loco!!!)....y lo único que ofrezco a cambio es mi cuerpo....este cuerpo que vió pasar tanto hombre ya desde la época en que trabajaba de estivador en el puerto, sin recibir nada a cambio más que alguna que otra palmadita en el hombro".

Como nos relata Elviro Cedrón, ex compañero del puerto de Lafoxx:
"...hacían cola `pa meterle mano al Romualdo....pasa que era gauchito y tenía buen upite, y los muchachos se ponían como loco cuando veían una minifalda y dos buenas gambas....aunque fuera un tipo".

Romualdo ya no usa bigote mostacho como en sus años de mozo...refinó su estilo en todo sentido, y sólo usa un bigote fino al estilo charleston.

Siempre vestido a la moda, frecuenta la zona del Rosedal y Palermo Hollywood en busca de acaudalados caballeros dispuestos a disfrutar de sus servicios.
Porque lo que verdaderamente distingue a "Pinki" Lafoxx de sus escasos competidores, es que él entrega su cuerpo, pero también su corazón.

Y no pide nada a cambio, eh?, más que algún regalo, un paseo o una cena.
A pesar de las connotaciones sexuales de su trabajo, no hay nada que disfrute más que bailarse una buena milonga en una tanguería con un muchacho perfumado, bien afeitado, engominado y peinado a la cachetada.
Es un romántico empedernido, que solo busca brindarse para alegrar, aunque sea por un momento, las grises vidas sentimentales de los que lo poseen todo, menos la dulce sonrisa de una muchacha (aunque en este caso tenga bigotín)....la tibia piel en el lecho cada noche al dormirse, cada mañana al despertar....

Hay que admitir que le va bien a Romualdo....pucha si le va bien...
Dueño de tres empresas petroleras en el sur, accionista mayoritario de cerealeras en el norte, manager de grupos folclóricos de renombre (entre ellos Los Chaqueñísimos Robertson), y la lista sigue.

Por eso, cada vez que es invitado a una charla sobre el trabajo infantil, el mensaje de "Pinki" es siempre el mismo:

" No aflojés, purrete, que el sueño argentino existe, y yo soy prueba de ello!!!.
Sigamos trabajando por un país grande, con justicia social y alegría en las calles....

¡¡¡¡Puta madre...que linda es mi Argentina!!!!!


Romualdo "Pinki" Lafoxx...santafesino de veras.

martes, 24 de junio de 2008

Otto Morcok y los crímenes del sillón


"Relájese.....todo terminará muy pronto" era la frase con la que el doctor Otto Morcok solía preparar a sus pacientes al momento de iniciar las prácticas más sanguinarias y terribles con que se haya topado la historia criminal del siglo veinte.

El asco y la repulsión que generaba en ellos al primer encuentro, era proporcional a la devoción con que se entregaban a él luego de caer en sus garras.

Ya no les importaba el sentir el gusto a orín y a cigarrillo en sus bocas cuando los revisaba sin haberse higienizado antes.

Ni siquiera les molestaba que su ropa blanca estuviese completamente manchada de sangre a la hora de atenderlos.

Se entregaban como sumidos en un mantra diabólico, en el que una simple consulta de rutina se convertía en una verdadera carnicería.

Cual brujo siniestro, comenzaba su ritual cerrando sus ojos y respirando profundamente, a lo que seguía la famosa Obertura 1812 de Tchaikovsky sonando a pleno en su viejo fonógrafo escandinavo.

Con cada golpe de orquesta, ejecutaba un corte en el cuerpo de la víctima. De acuerdo a la tensión musical de la pieza, Morcok acompañaba con los distintos cortes: una tenue melodía de violín se traducía en un corte no profundo con bisturí.....un crescendo con viola era interpretado como un corte con cuchillo......y la orquesta sonando a pleno interpretando el motivo principal de la obertura, era el desmembramiento completo de la víctima con cuchillas y hachas afiladas. Fin. Ovación. Reverencia al público. Otra gran presentación había terminado.

Pero no todo era placer.....sanguinario placer en sus días.
La vida lo había dotado de marcas que lo acompañaban en su trajín diario cual pergaminos de un pasado que se había extinguido, pero que seguía siendo presente para él.

Cientos de cicatrices surcaban su rostro con violencia animal, de un lado a otro, sin piedad....sin pausa....

El origen de esas macabras marcas del destino se remitía a sus años primeros, a su infancia en el pequeño pueblo de Kutzenkitzaggen, a 200 millas de Colonia, Alemania.
Pequeño pueblo rural, cercado por un lago que pasaba la mayor parte del año congelado, y en el que Morcok jugaba cada tarde después de terminar sus quehaceres en la granja.

Una de esas tardes, más precisamente la del 22 de junio de 1943, mientras patinaba sobre el lago, vió quebrarse el hielo bajo sus pies, y comenzó a hundirse lentamente.
Sus gritos de terror, que años después escucharía de la boca de sus víctimas, no fueron escuchados. Era el final de su corta existencia...y lo sabía.
A pesar de ser no más que un infante, pensó como un adulto por primera vez, y se dió cuenta que no habría manera de escapar de su destino.

Inesperadamente, y mientras hacía cada vez mayores esfuerzos por ponerse en pie, vió una sombra sobre el hielo que se acercaba por detrás. Respiró aliviado pensando que Elga, la criada holandesa que lo había traído a este mundo y por la que sentía un amor que a veces se tornaba en enferma obsesión, había llegado para rescatarlo. Pero el pánico en sus ojos se hizo evidente al notar que no era Elga quién venía a rescatarlo....peor aún.....nadie venía a rescatarlo.

Giro su cuello para ver con precisión, y se encontró con la imagen más aterradora que jamás pudo imaginar, ni siquiera en las pesadillas con las que se topaba cada noche desde hacía años.
Un animal de dimensiones descomunales (o quizás no tan grande, pero enorme para el ojo del pequeño en ese momento) lo observaba rígido y sin emitir sonido alguno. En sus ojos se mezclaban la ansiedad por saborear esa carne fresca y joven, con la eterna espera que estaba dispuesto a tolerar con tal de hacerse con el suculento botín.

Luego de unos segundos de espera, el animal sacó una de sus garras y comenzó a atacar a Otto en el rostro, lascerando la joven carne del niño que gemía de dolor, pero que a la vez parecía disfrutar de la adrenalina que le generaba la situación.
Azotando los brazos con furia y desesperación, lograba distraer y amedrentar al furioso animal, que al cabo de unos segundos volvía a atacar su rostro lastimado.
Después de casi una hora de luchar contra el agua congelada que había adormecido por completo sus piernas y parte de su cuerpo, y contra la bestia que ya había destruído casi la totalidad de su rostro, Otto se entregó a su destino, cerró los ojos y dejó de pelear.
Sintió el agua helada tocando sus sienes, y el silencio haciendo presión en sus oidos.

La inmensidad blanca reflejaba luces y sombras en sus ojos cerrados, que aguardaban el fin de un instante a otro.
Pero al cabo de unos segundos, el instante eterno pareció interumpirse por un momento.

Sintió una cálida brisa en su rostro herido que lo alentó a respirar nuevamente, y así lo hizo.
Sentía como una fuerza lo arrastraba fuera del agua y lo depositaba sobre el hielo.

Intentó abrir los ojos con dolor, y pudo divisar la figura de su padre al que tanto odiaba, y a quien odiaba ahora más por deberle su propia existencia.
Era protagonista de su nacimiento nuevamente....de dejar ese medio líquido y cálido que lo cobijaba hacia la inmortalidad, para zambullirse en el frío y la orfandad del afuera.

Pasaron días y noches completas, incluso meses, hasta que pudo desembarazarse de las vendas que le cubrían el rostro por completo.
Y observó las consecuencias del ataque de aquel animal que perdonó su existencia a cambio de un poco de su sangre, y de partes de tendones y músculos que su pequeño rostro le ofrecieron.

Una mueca deforme delineaba su boca de manera descendente, de izquierda a derecha.
Su ceja derecha había desaparecido por completo.
Sus pómulos portaban una sonrisa casi macabra, tal vez haciendo referencia a la ironía con que la vida le había tratado: la dulzura de su rostro a cambio de seguir con vida.
Salió a la calle, y se encontró con el panorama que lo perseguiría por el resto de sus días: la gente lo observaba con asco, con miedo....se reían de él.....algunos le arrojaron piedras llamándolo obra de satanás.....

Sintió una mezcla de verguenza, de odio, de indignación y de violencia que lo recorría de punta a punta, y que inundaba cada centímetro de su pequeña existencia.
Y se juró a si mismo revelarse contra todos aquellos que lo hiciesen sentir diferente.

Años después, su constancia en los estudios de odontología dió sus frutos, y se convirtió en uno de los más respetados profesionales del país. Lejos habían quedado sus años de niño, de adolescente en Kutzenkitzaggen....se había marchado 20 años atrás dejando como único recuerdo los cuerpos desmembrados de su padre, de Elga, y de varias de las personas que se habían burlado de él, y que recordaba con memoria fotográfica desde aquel fatídico día en el que el mundo lo hizo a un lado con el mayor desprecio posible.

Siempre pensó que una nueva ciudad, con gente que no lo conociera sería la manera de empezar de nuevo.
Pero la historia se repetía una y otra vez.
Gente que al descubrir su rostro deforme descargaba todo su odio y sus inseguridades en él.

Y vuelta a comenzar.
Una nueva ciudad. Un nuevo consultorio. Nuevos pacientes a los que despreciaba pero a la vez necesitaba para vengarse, y a quienes atraía como la miel.

Las primeras miradas de espanto...las primeras risas grotescas....la confección de una nueva lista con los nombres de aquellos que morirían en sus manos, pero de los que se sentía dueño para deshacer sus existencias al momento deseado.
Y así lo hacía.

Una cita....una revisión falsa....la administración de drogas para quebrar las voluntades de aquellos que iban a morír pronto, pero que no lo sabían.

Se sentían raros...confundidos, pero tenían la necesidad imparable de regresar a verlo, de volver a ese consultorio donde se encontrarían con la muerte en su forma más violenta y sanguinaria.

Y así lo hacían....se vestían con sus mejores trajes, preparados para la ocasión.
El los ubicaba en el sillón, los trataba casi con cariño, los inyectaba y pronunciaba esas palabras tantas veces oídas, pero nunca recordadas:
"Relájese.....todo terminará muy pronto"

Anaia Bertunz sintió en sus venas el calor del líquido negro que se le había administrado. Sintió el sopor, las náuseas, el mareo, pero también la exitación y la euforia que todos decían sentir al salir del consultorio.
Pero ella sabía con que iba a encontrarse.

Desde sus épocas de estudiante en Viena, había investigado hasta el hartazgo el caso de los "crímenes del sillón", tal como se los llamaba.
Obsesionada al punto de convertir su departamento de soltera y su vida entera en una galería de recortes y fotos del estado en que dejaba a sus víctimas, se había visto
abandonada más de una vez por no poder competir contra aquel fantasma que la acechaba: sus novios la dejaban sistemáticamente al confrontar una realidad demasiado difícil de digerir.

Pero ella sabía que esta vez era su oportunidad de brillar. Y así lo haría.
Había escuchado rumores acerca de un nuevo dentista que causaba furor entre los ciudadanos siempre ávidos de contacto con profesionales y artistas recién arrivados a la ciudad.

Y esa primera vez que lo vió creyó reconocer en el los rasgos de una vieja foto de archivo que dormía en los estantes de la estación de policía donde había comenzado su carrera años atrás. Los ojos, esos ojos llenos de ira y fuego, pero a la vez tiernos y comprensivos, la recorrieron como absorviendo toda su persona, todo su ser.

Estaba frente a frente con aquel ser que le había quitado el sueño tantos años atrás....con aquel que había logrado alejar de ella a cuanto muchacho conocía y de quién se enamoraba.....

Al igual que Otto odiaba a sus víctimas, ella lo odiaba por haberse metido en sus venas como un veneno, y haber arruinado cada posibilidad que se le presentaba para ser felíz.

Ella quería destruírlo a toda costa, y así sería.

Segura de que se encontraba frente a uno de los más grandes asesinos de la historia, estaba más segura aún de que esta vez no se le escaparía de las manos (como ya había ocurrido 5 años atrás - ver "La caza del Doctor muerte".-Karl Grhutke-Editorial Eudesa).
En ese primer encuentro, Morcok desconfió de la voz en el teléfono que arreglaba una cita en su consultorio. Hizo las maletas y escapó hacia un nuevo rumbo, desconocido incluso para él mismo.

Pero esta vez, Anaia Bertunz había planeado mejor las cosas.
Al llegar al recinto donde el doctor llevaba a cabo sus sangrientos crímenes, supo que estaba lista, que ese era el momento para el que se había venido preparando desde hacía años.

Lo saludó, y notó que luego de escuchar su saludo, el rostro del doctor cambió coléricamente, reconociendo en esa joven a aquella que casi lo atrapaba cinco años atrás. Quiso correr, escapar.

Quiso golpearla, pero a la vez se dió cuenta que ya era suficiente, que debía parar, que la vida nómade había mellado sus energías al punto de no querer escapar más, por más satisfacción que le trajeran las nuevas adquisiciones que le esperaban a su basta colección de muertes planificadas en una nueva ciudad.

La miró con ira, pero a la vez le dedicó una sonrisa de paz, muy a pesar de sus facciones que se contrajeron con tensión y letargo.

Le ofreció sus muñecas para que lo espose, miró el sillón por última vez como despidiéndose, dió media vuelta y salió por la puerta.

Se ponía fin así a una de las más grandes carreras criminales que haya visto la luz en este mundo, pero de las cuales poco y nada se sabía. La investigación recién comenzaría, y llevaría años el conocer todos los detalles que componían la intrincada trama de cada uno de los asesinatos llevados a cabo por el Dr Morcok.....

.....años que Anaia ya no estaba dispuesta a entregarle.

jueves, 5 de junio de 2008

Federico Bulzara, cantor del grupo tropical Reina Traviesa


"Calzo 46 y quiero ser varón....", le dijo Brigitta Bulzara a un juez de menores de la ciudad de Tronco Grosso, Wichita, en el año 1986.

Pero la historia no comenzaba ahí....no señor.

Gracias al defecto congénito que la aquejaba desde que se encontraba en el vientre materno, la partera del Hospital de La Hermandad de los Carmencitas Eunucos gritó "¡¡¡¡Es una niña!!!!", confundiendo el miembro viríl de Brigitta con un cordón umbilical.
Debido a la gravedad del caso, la partera fue confinada al ostracismo absoluto, y a lijarse la lengua con una lapicera Silvapén para no revelar jamás el terrible secreto.

Pero era un secreto a voces....imposible de ocultar. Más si tenemos en cuenta que Brigitta orinaba de parada, un poquito caminando, y otro poquitito a pié.

Con tan sólo 12 añitos, ya la apodaban Don Trabuco en su vecindad natal.
Fue aceptada por la puritana sociedad de la pequeña localidad como una fémina, cuando en realidad se trataba de un aborto de la naturaleza solamente comparable al conductor televisivo Marley.

Brigitta no era una más....no señor.
Sus aptitudes para el balonpié, el remo, el levantamiento de pesas, e incluso su profesión de taxi boy la distinguían del resto de las señoritas del pueblo.

Verla coquetear con los muchachos, conociendo su horrible y enorme secreto, generaba una mezcla de indignación y ganas de vomitar, solamente comparable con el apretarse un huevo con una prensa para doblar sobres (nota de la redacción: si usted es impresionable, no coma huevos).

Asfixiada por la hipocresía de esa sociedad que por un lado la aborrecía, y por otro gozaba de sus servicios como madama a un precio de 5 lecop el lustre, Brigitta dijo basta.

Tomó las pocas pertenencias que tenía: su osito de peluche al que había bautizado "Pete" en honor a la primer palabra que recordaba haber escuchado de los labios del sacerdote que la crió....un muñeco de He Man con el que se frotaba de pibita...un par de minifaldas, los zapatos taco aguja hechos a medida, la caja de condones XXXL que usaba para trabajar (era negra pero limpita), y su disco de Horcas.                
Besó el poster de "El Ancho" Rubén Peuchele que tenía pegado en la pieza de la pensión, y se fué para siempre.

Sus primeros trabajos en la gran ciudad no diferían mucho de los que le generaban el sustento en Tronco Grosso.
Reducida al servilismo, gozaba de buena reputación en el Cabaret "La San Puta", ubicado a metros de la Basílica de la Santa Tomasa del Eucaristo, más conocida como la iglesia de la San Puta, santa patrona de las trabajadoras sexuales.

Convertida al islamismo por un turista cordobés, encuentra en el mundo de la bailanta su verdadera vocación.

Pero Brigitta decide ir un pasó más allá.
No es posible empezar una carrera en el mundo del arte, sin antes estár en paz con su yo interior...ese yo que la hace debatirse entre dos posturas existenciales absolutamente incompatibles: ¿pollera o pantalón? ¿corbata o corpiño? ¿medibacha o boxer?

Encarajinada por la firmeza de su nueva posición ante la vida, decide retornar a Tronco Grosso ataviada acorde a lo que será el primer día del resto de su vida.....

Se presenta en los Tribunales de Menores y exige hablar con un juez.
Ante su negativa a abandonar el lugar, el juez Vilmo Granchiotta accede a entrevistarla.

No era la primera vez que Granchiotta tomaba parte en un caso semejante: en su historial figuraban casos famosos, como el del hombre que se sentía perro, o el del enano Globetrotter.

Glande fué su solplesa (diría un chino) cuando reconoció en Brigitta el rostro de aquella muchacho del cual recordó haber sido un habitual consumidor de sus servicios en cuantiosas oportunidades, años atrás cuando todavía no era juez, y ni siquiera monaguillo subrogante en la Capilla de la Santa Ubre Colmada del Amor Universal Fraterno, Límpido e Insípido de los Sufrientes Comensales a la Mesa del Reino Ecuánime.

Algo dentro de él dijo que esa muchacho, ese ser inmundo merecía una segunda oportunidad, esta vez como varón.

"Calzo 46 y quiero ser varón....", le dijo Brigitta Bulzara...
A lo que él respondió, compungido hasta las lágrimas: "Arrodíllate y comienza".
Grande fué la alegría de Brigitta después de terminar el trabajo con esmero, al saber que ya nada sería igual.
"Quiero llamarme Federico.....por Federico Luppi, vistes?" le dijo al Juez.
"Federico Bulzara tu nuevo nombre será", le dijo Granchiotta (apodado Yoda por sus amigos).

De vuelta en la gran ciudad, le fué fácil a Federico encontrar a un grupo de músicos bailanteros sedientos de fama y popularidad.
Nombró al grupo "Reina Traviesa", en honor a su artista favorito Ricky Martin.


Y esa misma tarde.....esa misma tarde nació una estrella.