martes, 24 de junio de 2008

Otto Morcok y los crímenes del sillón


"Relájese.....todo terminará muy pronto" era la frase con la que el doctor Otto Morcok solía preparar a sus pacientes al momento de iniciar las prácticas más sanguinarias y terribles con que se haya topado la historia criminal del siglo veinte.

El asco y la repulsión que generaba en ellos al primer encuentro, era proporcional a la devoción con que se entregaban a él luego de caer en sus garras.

Ya no les importaba el sentir el gusto a orín y a cigarrillo en sus bocas cuando los revisaba sin haberse higienizado antes.

Ni siquiera les molestaba que su ropa blanca estuviese completamente manchada de sangre a la hora de atenderlos.

Se entregaban como sumidos en un mantra diabólico, en el que una simple consulta de rutina se convertía en una verdadera carnicería.

Cual brujo siniestro, comenzaba su ritual cerrando sus ojos y respirando profundamente, a lo que seguía la famosa Obertura 1812 de Tchaikovsky sonando a pleno en su viejo fonógrafo escandinavo.

Con cada golpe de orquesta, ejecutaba un corte en el cuerpo de la víctima. De acuerdo a la tensión musical de la pieza, Morcok acompañaba con los distintos cortes: una tenue melodía de violín se traducía en un corte no profundo con bisturí.....un crescendo con viola era interpretado como un corte con cuchillo......y la orquesta sonando a pleno interpretando el motivo principal de la obertura, era el desmembramiento completo de la víctima con cuchillas y hachas afiladas. Fin. Ovación. Reverencia al público. Otra gran presentación había terminado.

Pero no todo era placer.....sanguinario placer en sus días.
La vida lo había dotado de marcas que lo acompañaban en su trajín diario cual pergaminos de un pasado que se había extinguido, pero que seguía siendo presente para él.

Cientos de cicatrices surcaban su rostro con violencia animal, de un lado a otro, sin piedad....sin pausa....

El origen de esas macabras marcas del destino se remitía a sus años primeros, a su infancia en el pequeño pueblo de Kutzenkitzaggen, a 200 millas de Colonia, Alemania.
Pequeño pueblo rural, cercado por un lago que pasaba la mayor parte del año congelado, y en el que Morcok jugaba cada tarde después de terminar sus quehaceres en la granja.

Una de esas tardes, más precisamente la del 22 de junio de 1943, mientras patinaba sobre el lago, vió quebrarse el hielo bajo sus pies, y comenzó a hundirse lentamente.
Sus gritos de terror, que años después escucharía de la boca de sus víctimas, no fueron escuchados. Era el final de su corta existencia...y lo sabía.
A pesar de ser no más que un infante, pensó como un adulto por primera vez, y se dió cuenta que no habría manera de escapar de su destino.

Inesperadamente, y mientras hacía cada vez mayores esfuerzos por ponerse en pie, vió una sombra sobre el hielo que se acercaba por detrás. Respiró aliviado pensando que Elga, la criada holandesa que lo había traído a este mundo y por la que sentía un amor que a veces se tornaba en enferma obsesión, había llegado para rescatarlo. Pero el pánico en sus ojos se hizo evidente al notar que no era Elga quién venía a rescatarlo....peor aún.....nadie venía a rescatarlo.

Giro su cuello para ver con precisión, y se encontró con la imagen más aterradora que jamás pudo imaginar, ni siquiera en las pesadillas con las que se topaba cada noche desde hacía años.
Un animal de dimensiones descomunales (o quizás no tan grande, pero enorme para el ojo del pequeño en ese momento) lo observaba rígido y sin emitir sonido alguno. En sus ojos se mezclaban la ansiedad por saborear esa carne fresca y joven, con la eterna espera que estaba dispuesto a tolerar con tal de hacerse con el suculento botín.

Luego de unos segundos de espera, el animal sacó una de sus garras y comenzó a atacar a Otto en el rostro, lascerando la joven carne del niño que gemía de dolor, pero que a la vez parecía disfrutar de la adrenalina que le generaba la situación.
Azotando los brazos con furia y desesperación, lograba distraer y amedrentar al furioso animal, que al cabo de unos segundos volvía a atacar su rostro lastimado.
Después de casi una hora de luchar contra el agua congelada que había adormecido por completo sus piernas y parte de su cuerpo, y contra la bestia que ya había destruído casi la totalidad de su rostro, Otto se entregó a su destino, cerró los ojos y dejó de pelear.
Sintió el agua helada tocando sus sienes, y el silencio haciendo presión en sus oidos.

La inmensidad blanca reflejaba luces y sombras en sus ojos cerrados, que aguardaban el fin de un instante a otro.
Pero al cabo de unos segundos, el instante eterno pareció interumpirse por un momento.

Sintió una cálida brisa en su rostro herido que lo alentó a respirar nuevamente, y así lo hizo.
Sentía como una fuerza lo arrastraba fuera del agua y lo depositaba sobre el hielo.

Intentó abrir los ojos con dolor, y pudo divisar la figura de su padre al que tanto odiaba, y a quien odiaba ahora más por deberle su propia existencia.
Era protagonista de su nacimiento nuevamente....de dejar ese medio líquido y cálido que lo cobijaba hacia la inmortalidad, para zambullirse en el frío y la orfandad del afuera.

Pasaron días y noches completas, incluso meses, hasta que pudo desembarazarse de las vendas que le cubrían el rostro por completo.
Y observó las consecuencias del ataque de aquel animal que perdonó su existencia a cambio de un poco de su sangre, y de partes de tendones y músculos que su pequeño rostro le ofrecieron.

Una mueca deforme delineaba su boca de manera descendente, de izquierda a derecha.
Su ceja derecha había desaparecido por completo.
Sus pómulos portaban una sonrisa casi macabra, tal vez haciendo referencia a la ironía con que la vida le había tratado: la dulzura de su rostro a cambio de seguir con vida.
Salió a la calle, y se encontró con el panorama que lo perseguiría por el resto de sus días: la gente lo observaba con asco, con miedo....se reían de él.....algunos le arrojaron piedras llamándolo obra de satanás.....

Sintió una mezcla de verguenza, de odio, de indignación y de violencia que lo recorría de punta a punta, y que inundaba cada centímetro de su pequeña existencia.
Y se juró a si mismo revelarse contra todos aquellos que lo hiciesen sentir diferente.

Años después, su constancia en los estudios de odontología dió sus frutos, y se convirtió en uno de los más respetados profesionales del país. Lejos habían quedado sus años de niño, de adolescente en Kutzenkitzaggen....se había marchado 20 años atrás dejando como único recuerdo los cuerpos desmembrados de su padre, de Elga, y de varias de las personas que se habían burlado de él, y que recordaba con memoria fotográfica desde aquel fatídico día en el que el mundo lo hizo a un lado con el mayor desprecio posible.

Siempre pensó que una nueva ciudad, con gente que no lo conociera sería la manera de empezar de nuevo.
Pero la historia se repetía una y otra vez.
Gente que al descubrir su rostro deforme descargaba todo su odio y sus inseguridades en él.

Y vuelta a comenzar.
Una nueva ciudad. Un nuevo consultorio. Nuevos pacientes a los que despreciaba pero a la vez necesitaba para vengarse, y a quienes atraía como la miel.

Las primeras miradas de espanto...las primeras risas grotescas....la confección de una nueva lista con los nombres de aquellos que morirían en sus manos, pero de los que se sentía dueño para deshacer sus existencias al momento deseado.
Y así lo hacía.

Una cita....una revisión falsa....la administración de drogas para quebrar las voluntades de aquellos que iban a morír pronto, pero que no lo sabían.

Se sentían raros...confundidos, pero tenían la necesidad imparable de regresar a verlo, de volver a ese consultorio donde se encontrarían con la muerte en su forma más violenta y sanguinaria.

Y así lo hacían....se vestían con sus mejores trajes, preparados para la ocasión.
El los ubicaba en el sillón, los trataba casi con cariño, los inyectaba y pronunciaba esas palabras tantas veces oídas, pero nunca recordadas:
"Relájese.....todo terminará muy pronto"

Anaia Bertunz sintió en sus venas el calor del líquido negro que se le había administrado. Sintió el sopor, las náuseas, el mareo, pero también la exitación y la euforia que todos decían sentir al salir del consultorio.
Pero ella sabía con que iba a encontrarse.

Desde sus épocas de estudiante en Viena, había investigado hasta el hartazgo el caso de los "crímenes del sillón", tal como se los llamaba.
Obsesionada al punto de convertir su departamento de soltera y su vida entera en una galería de recortes y fotos del estado en que dejaba a sus víctimas, se había visto
abandonada más de una vez por no poder competir contra aquel fantasma que la acechaba: sus novios la dejaban sistemáticamente al confrontar una realidad demasiado difícil de digerir.

Pero ella sabía que esta vez era su oportunidad de brillar. Y así lo haría.
Había escuchado rumores acerca de un nuevo dentista que causaba furor entre los ciudadanos siempre ávidos de contacto con profesionales y artistas recién arrivados a la ciudad.

Y esa primera vez que lo vió creyó reconocer en el los rasgos de una vieja foto de archivo que dormía en los estantes de la estación de policía donde había comenzado su carrera años atrás. Los ojos, esos ojos llenos de ira y fuego, pero a la vez tiernos y comprensivos, la recorrieron como absorviendo toda su persona, todo su ser.

Estaba frente a frente con aquel ser que le había quitado el sueño tantos años atrás....con aquel que había logrado alejar de ella a cuanto muchacho conocía y de quién se enamoraba.....

Al igual que Otto odiaba a sus víctimas, ella lo odiaba por haberse metido en sus venas como un veneno, y haber arruinado cada posibilidad que se le presentaba para ser felíz.

Ella quería destruírlo a toda costa, y así sería.

Segura de que se encontraba frente a uno de los más grandes asesinos de la historia, estaba más segura aún de que esta vez no se le escaparía de las manos (como ya había ocurrido 5 años atrás - ver "La caza del Doctor muerte".-Karl Grhutke-Editorial Eudesa).
En ese primer encuentro, Morcok desconfió de la voz en el teléfono que arreglaba una cita en su consultorio. Hizo las maletas y escapó hacia un nuevo rumbo, desconocido incluso para él mismo.

Pero esta vez, Anaia Bertunz había planeado mejor las cosas.
Al llegar al recinto donde el doctor llevaba a cabo sus sangrientos crímenes, supo que estaba lista, que ese era el momento para el que se había venido preparando desde hacía años.

Lo saludó, y notó que luego de escuchar su saludo, el rostro del doctor cambió coléricamente, reconociendo en esa joven a aquella que casi lo atrapaba cinco años atrás. Quiso correr, escapar.

Quiso golpearla, pero a la vez se dió cuenta que ya era suficiente, que debía parar, que la vida nómade había mellado sus energías al punto de no querer escapar más, por más satisfacción que le trajeran las nuevas adquisiciones que le esperaban a su basta colección de muertes planificadas en una nueva ciudad.

La miró con ira, pero a la vez le dedicó una sonrisa de paz, muy a pesar de sus facciones que se contrajeron con tensión y letargo.

Le ofreció sus muñecas para que lo espose, miró el sillón por última vez como despidiéndose, dió media vuelta y salió por la puerta.

Se ponía fin así a una de las más grandes carreras criminales que haya visto la luz en este mundo, pero de las cuales poco y nada se sabía. La investigación recién comenzaría, y llevaría años el conocer todos los detalles que componían la intrincada trama de cada uno de los asesinatos llevados a cabo por el Dr Morcok.....

.....años que Anaia ya no estaba dispuesta a entregarle.

2 comentarios:

Araña Patagonica dijo...

Oiga.. me contó un amigo suyo (supongo que no será el pelotudo que dijo en mi blog, conocer..) que había posteado, pero ando con tiempo ex-caso, así que vuelvo al rato.

Saludetes

Capitán Primate dijo...

Qué historia grosa... ¡me voló los pelos!

Salu2